Por Luis Martín
El País de España
Valdés para, Puyol impone, Xavi manda, Iniesta le da estilo y Messi lidera, a los 23 años, a un equipo inolvidable. Los cinco jugarán su tercera final de la Copa de Europa en Londres, aunque en el caso de Messi se perdiera la de París por lesión, como Xavi. Messi no marcó, pero a sus 23 años es difícil resistirse a su talento. Ayer el de Rosario jugó un partido enorme, pero eso casi ya no es noticia. Leo celebró el tanto como si lo hubiera metido él. Generoso hasta hartar, La Pulga brincó con sus botas naranjas por la gloria común. Seguramente por eso a su gloria no se le adivina el techo.
Da igual si no marca, porque lo suyo son más que goles. Lo demostró cuando empezó el partido trabajando en la presión como si fuera un obrero en vez de la estrella más grande del fútbol mundial, simplemente porque así lo exigía el guión. Messi corrió más de ocho kilómetros, lo que habla de su impresionante compromiso, porque no todos fueron para buscar el gol que no consiguió, muchos fueron para recuperar la pelota cuando la perdía el equipo.
Llegada la media hora, tan pronto Xavi e Iniesta encontraron la manera acercar el equipo al área, compareció ante Casillas y encadenó tres remates en tres minutos, que sólo la excelencia del mejor portero del mundo impidieron que terminaran en la red. Por culpa de su prodigioso regate se llevó Carvalho la primera tarjeta del partido; le enseñó la amarilla el árbitro belga a Xabi Alonso, ya en el segundo tiempo; barrió también Marcelo a Messi, y también fue amonestado; y finalmente, Adebayor le hizo otra falta, que también le costó ver la cartulina.
No debe resultar extraño que el argentino sea el jugador que más faltas recibe en lo que se ha jugado en la presente edición de la Champions: hay días en los que solo se le puede frenar triturando el reglamento. Así terminó, molido, después de recibir doce faltas.
Messi es tan bueno que hace daño incluso cuando no toca la pelota, como ayer, cuando dejó pasar un pase de Iniesta y Pedro se plantó solo ante Iker Casillas para marcar. Leo lo festejó como si lo hubiera marcado porque no necesita goles para ser señalado como el mejor, por mucho que los marque a porrillo.
Messi es el tercer goleador de la historia del Barcelona: después de marcar 52 goles en los 51 partidos disputados este curso, acumula 179 goles desde que debutó con el primer equipo, así que persigue a César (235) y a Kubala (196). Dos mitos. Sin querer, persigue récords que parecen insuperables. Por ejemplo: lleva 11 goles en los 12 partidos que ha jugado este año en la Liga de Campeones y está solo a uno del holandés Van Nistelrooy, que en la temporada 2002/2003, cuando jugaba en el Manchester United, marcó 12 goles en los 14 partidos que llevaron al conjunto inglés a conseguir el trofeo aquella temporada.
Ayer no marcó, pese a que tiró cinco veces a puerta, pero los dos goles de la ida en el Bernabéu, que sí fueron suyos, llevan al Barcelona a la segunda final europea en tres años. "Perdimos la eliminatoria en casa", asumió Casillas al final del partido, mientras Messi se abrazaba a Abidal, que ayer volvió a pisar un terreno de juego, tras haber superado un tumor de hígado. Tras la tremenda ovación del estadio, que coreó su nombre, fue manteado por sus compañeros. "Es un momento para disfrutar y celebrarlo, más si cabe porque lo hemos logrado ante un magnífico equipo. Hemos dado un paso importantísimo. Solo nos falta subir el último peldaño", concedió Iniesta tras el pitido final.
Tímido siempre, llegada la hora de celebrar, Messi se dejó llevar por el ambiente festivo del Camp Nou abrazado a Pedro y a Busquets. Estaba en la gloria. Desbordado por las emociones. Tanto que cuando parecía que se resistía a que asomaran más lágrimas, de emoción, por supuesto, apareció Pep Guardiola, su mayor protector, para darle un arrumaco. Messi es enorme, aunque no marque. Le basta con salir al campo y pedir la pelota.
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