Barcelona.
Hay un cuento famoso de Julio Cortázar en el que se reúnen tres individuos de distintas nacionalidades para buscar entre ellos la mejor manera de desplazarse. Después de varias discusiones, uno de ellos da con la clave: la mejor manera de desplazarse es caminando. Pasó esta vez con las votaciones para decidir quién era el mejor jugador del mundo.
No había que darle muchas vueltas: el mejor jugador del mundo es Lionel Messi, un muchacho esmirriado que los vuelve locos en el campo a todos aquellos que le plantan cara.
Después del anuncio de la votación, Teledeporte (TVE) presentó un reportaje sobre los éxitos de este muchacho que cuando niño se comunicaba sólo a través de su compañera de pupitre... y con la pelota.
Los goles que marca, las asistencias que da para que otros marquen, la inteligencia que despliega en el área, el aprovechamiento que hace del espacio que le conceden los otros, la generosidad con la que activa el gen futbolístico de la solidaridad, no tienen igual en los campeonatos conocidos, en todos los cuales destaca no sólo como un futbolista de equipo sino como un individuo fuera de serie.
Además de todo eso, los que este año competían con él, Iniesta y Xavi, ambos del equipo de Messi, habían dicho lo que dice su entrenador, Pep Guardiola: Messi es el mejor. Entonces, ¿a qué venía tanta discusión?
A los seres humanos nos gusta jugar a las listas, decía Guillermo Cabrera Infante. Nos dan una lista y hacemos cabriolas: listas de escritores, listas de políticos, listas de futbolistas. Como nos gusta hacer listas, este año nos empeñamos en creer que las listas del fútbol son intercambiables. No siempre. En el caso de los entrenadores, permítanme decirlo, se puede opinar entre Mourinho, que ganó, Guardiola y Del Bosque, que se quedaron atrás; se puede discutir incluso si Blatter debe seguir siendo el presidente de la FIFA, o si está bien que esté ahí todavía Platini... Pero eran totalmente irrelevantes las listas para el Balón de Oro. Eran, simplemente, una cuestión administrativa, un juego ocioso que se iba a declarar inocuo en cuanto se pusiera en funcionamiento la lógica del fútbol, que a veces funciona.
Es el mejor. Messi es el mejor. Y no lo es porque marque goles o porque los haga marcar; lo es porque su concepto del fútbol integra por fin las distintas habilidades que un futbolista ha de manejar para convertir su presencia en el campo en un peligro pero también en una expresión de la belleza futbolística.
Pasa bien, genera jugadas desde atrás, se responsabiliza de lo que le pasa al equipo desde el minuto uno, y piensa las jugadas al menos treinta segundos antes de que el balón salga de la bota del futbolista que va a asistirle. Le lee la mente, también, al delantero. Es egocéntrico cuando toca (el sábado, ante el Depor, tuvo claro que Villa no iba a lanzar aquella falta), pero es generoso cuando los demás le necesitan; lo ha sido con Villa esta temporada, pero lo ha sido también con Iniesta, con Xavi; es generoso no sólo porque así se juega mejor, sino porque en su concepto del fútbol no hay un pensamiento único sino, como diría Juan Cueto, un pensamiento distraído; él es él mismo y sus circunstancias, ve el fútbol en círculos concéntricos, no deja que se le vaya nada de su alrededor, y cuando decide es que ya tiene los datos.
¿Quién le iba a disputar este año la primacía? La lógica a veces alienta el azar de las votaciones; y la ruleta en esta ocasión se paró donde tenía que pararse. En Messi. Como diría George Clooney en un famoso anuncio: en Messi, what else?.
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